Hace 493 años, la expedición de Francisco Pizarro llegó a Cajamarca –


De acuerdo al cronista español Pedro Cieza de León, el viernes 15 de noviembre de 1532, el conquistador Francisco Pizarro y sus hombres divisaron, alrededor del mediodía, la hermosa ciudad pétrea de Cajamarca. Los españoles avanzaron hacia la ciudad, que albergaba bellas edificaciones históricas como el Templo del Sol, con el objetivo de reunirse con el Inca Atahualpa, quien recientemente había ganado una guerra civil contra su hermano Huáscar. Ordenó al también conquistador Hernando de Soto, junto a su hermano y 40 jinetes, a tratar con el soberano.

Al principio, el único monarca de uno de los mayores imperios de América del Sur no pensó que Pizarro fuese una amenaza para su gobierno. De hecho, sus vigilantes describieron a los foráneos como seres con “aspecto de dioses”, lo que lo llevó a pensar que se trataría de una visita del “dios blanco”, propio de la leyenda inca, al proclamado hijo del Sol. Infravalorando las fuerzas de quiénes lo llevarían a su derrota, aceptó una reunión con los europeos.

Al atardecer del día siguiente, Atahualpa llegó acompañado de una comitiva, elevado sobre una litera de oro y plata, vistiendo sus mejores atuendos reales. Pizarro no lo recibió personalmente. Fue entonces cuando el capellán Vicente de Valverde instó al inca a convertirse al cristianismo y jurar lealtad a la Corona de España. Le extendió una Biblia, que él puso al oído esperando oír un mensaje, ya que en ese momento su imperio desconocía la escritura. La arrojó al suelo, y ese fue el momento en el que los hombres de Pizarro, escondidos, efectuaron la captura.

Se reportó que el conquistador trató con cordialidad a Atahualpa durante su cautiverio, llegando a mantener largas conversaciones con él mediante un intérprete. Para los historiadores, esta relación se sostenía en las necesidades de cada uno: Atahualpa deseaba recuperar su libertad; Pizarro, obtener riquezas más allá de su imaginación. Sin embargo, esta actitud cambió drásticamente cuando se descubrió el plan de liberación que el soberano inca ideó con uno de sus generales.

Así, aunque el 13 de junio llegó el tesoro que Atahualpa prometió a los españoles por dejarlo ir, un exorbitante botín de aproximadamente 24 toneladas de oro y plata, Pizarro no cumplió con su promesa. Temiendo que el rehén se levantara y pusiera en peligro la soberanía española, lo sometió al montaje de un juicio que, inevitablemente, terminaría en su muerte.

Atahualpa fue ejecutado por estrangulamiento con garrote, que se le ofreció en alternativa a la hoguera cuando se convirtió al cristianismo en sus últimos momentos. Con su muerte y la caída del vasto imperio incaico, se inició un capítulo decisivo que cambiaría el rumbo de la historia del Perú.

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