Día de Todos los Santos: rituales de memoria y comunidad que resisten al olvido – PerúInforma


Cada 1 de noviembre, miles de familias peruanas honran a sus muertos con altares, panes rituales y visitas al cementerio, en una tradición que une fe, afecto y resistencia cultural.

Por Sofía Saturno

Cada 1 de noviembre, el Perú se detiene para mirar hacia adentro. El Día de Todos los Santos no es solo una fecha religiosa: es un ritual de memoria colectiva que transforma el dolor en presencia, el recuerdo en pan, y la ausencia en comunidad. Desde los Andes hasta la costa, las familias se preparan para reencontrarse con sus muertos, no desde la tristeza, sino desde la ternura ritual.

La tradición tiene raíces coloniales y prehispánicas. En la cosmovisión andina, la muerte no es ruptura, sino tránsito. El alma del difunto sigue presente en la comunidad, y el Día de Todos los Santos es una oportunidad para reconectar con esa energía, agradecer su legado y renovar los vínculos familiares. La Iglesia Católica, por su parte, celebra esta fecha como homenaje a todos los santos, conocidos y anónimos, que alcanzaron la santidad.

En regiones como Ayacucho, Cusco, Puno y Huancavelica, las celebraciones incluyen la elaboración de T’anta Wawas, panes con forma de niño que representan el alma del difunto. Estos se colocan en altares, se llevan al cementerio o se intercambian entre vecinos como gesto de afecto. También se preparan caballitos de pan, escaleras y ángeles, que simbolizan el viaje al más allá.

En la costa, especialmente en Lima, Piura y Trujillo, la tradición se vive con visitas masivas a los cementerios, donde las familias decoran las tumbas con flores, globos, fotografías y platos típicos. En algunos casos, se contratan músicos para interpretar las canciones favoritas del difunto, convirtiendo el espacio en una celebración de vida. La música criolla, los valses y las oraciones se mezclan en un ritual que es tanto íntimo como colectivo.

Los altares familiares también cobran protagonismo. En muchas casas, se colocan mesas con velas, retratos, panes, frutas, bebidas y objetos que el difunto solía usar. Estos altares no solo honran la memoria, sino que reafirman la continuidad afectiva entre generaciones. Para los niños, es una oportunidad de conocer a sus abuelos, tíos o hermanos que partieron antes de tiempo.

La elaboración de T’anta Wawas tiene un componente artesanal y simbólico. Panaderos, madres de familia y jóvenes participan en la preparación de estas figuras, que pueden llevar caritas de cerámica, vestiditos de tela y hasta nombres escritos en la frente. En mercados como San Pedro (Cusco) o San Camilo (Arequipa), se venden desde fines de octubre, convirtiéndose en íconos de la temporada.

La antropóloga Carmen Escalante señala que la T’anta Wawa no solo representa al difunto, sino también al hijo que se espera, al niño que se perdió, al vínculo que se quiere preservar. “Es una forma de abrazar con pan”, afirma. En ese sentido, el acto de hornear, decorar y regalar estas figuras se convierte en un ritual de sanación colectiva.

En zonas rurales, el Día de Todos los Santos se vive con mayor intensidad. Las comunidades organizan mingas para limpiar los cementerios, preparar ofrendas y compartir alimentos. En algunos pueblos, se realiza el “desempacho”, una ceremonia donde se pide permiso a los muertos para celebrar, bailar y comer. La reciprocidad es clave: se da para recibir, se honra para vivir.

La fecha también tiene un componente social. En barrios populares, parroquias y organizaciones comunitarias organizan almuerzos solidarios, visitas a adultos mayores y actividades con niños. La memoria no solo se honra en el pasado, sino que se construye en el presente. En contextos de alta vulnerabilidad, el Día de Todos los Santos se convierte en un espacio de cuidado mutuo.

Tras la pandemia, la celebración ha cobrado especial significado. Muchas familias que no pudieron despedirse de sus seres queridos encontraron en esta fecha una forma de cerrar ciclos, agradecer y seguir adelante. Los altares se llenaron de mascarillas, cartas, fotografías y objetos que simbolizan el duelo vivido. La memoria se volvió más urgente, más visible, más compartida.

En el ámbito educativo, varias escuelas rurales integran la elaboración de T’anta Wawas en sus actividades pedagógicas. Los niños aprenden sobre la historia de la tradición, decoran sus propias figuras y las llevan a casa como ofrenda. Este proceso fortalece la transmisión intergeneracional y el respeto por las costumbres locales.

Aunque la globalización ha traído nuevas formas de celebrar el Día de los Muertos, la tradición peruana resiste. No compite con disfraces ni calaveras de plástico: ofrece una experiencia íntima, artesanal y profundamente simbólica. Es pan, pero también es cuerpo, memoria y afecto. Es altar, pero también es abrazo, comunidad y resistencia.

El Día de Todos los Santos nos recuerda que la muerte no es solo ausencia, sino también presencia transformada. Que el pan puede ser abrazo, que el ritual puede ser resistencia, y que la memoria se alimenta, se comparte y se hornea con ternura. En tiempos de incertidumbre, detenernos a recordar es también una forma de avanzar.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *